Las disciplinas nacen, se desarrollan y perduran porque aportan algo a las personas, como individualidades y a las sociedades de las cuales ellas forman parte. Basta pensar en casos como el de la biología o la economía. Gracias a la biología logramos conocer mejor el fenómeno de la vida. Explicamos los componentes de los organismos, también como funcionan éstos. Podemos bajar eso al ámbito de la ciencia aplicada, y tenemos una medicina que cuida la salud de las personas. Con la economía sucede lo mismo. El estudio de los pequeños mercados nos aporta las claves para entender la dimensión material de la vida en sociedad. Gracias a los conocimientos derivados analíticamente, esta ciencia del comportamiento económico permite que tome forma un tipo de ingeniería social que aporta a los gobiernos buenos instrumentos de análisis y de conducción política.
Esto pasa en general con todas las ciencias. Todas ellas surgen para dar respuesta a las grandes preguntas que alimentan la curiosidad de un ser humano un poco perdido en la vida, que quiere conocerse mejor y dominar su medio. Todas ellas aportan información, enfoques, conceptos, que permiten que la vida cotidiana de las personas mejore cada día. Aunque no entienda el trabajo un poco esotérico de los expertos, percibe que éste contribuye, de alguna manera, a que mejoren las condiciones de vida.
Esta es la norma, pero hay casos y casos. Hay ciertas ramas del conocimiento, como la historia, que tienen una posición bastante falsa dentro de la conciencia de la sociedad. Las personas tienen información acerca de ella pero no logran responder, con precisión y honestidad, a la pregunta de ¿para qué sirve? ¿Cuál es el valor social de la historia? La gente piensa que nuestra función es estudiar, en forma desapasionada, la verdad del pasado, sin ningún propósito detrás, sin buscar con ello ningún bien y ningún mal, como si los temas mismos y los resultados del trabajo investigativo, no nos importaran gran cosa. Solo el logro de un conocimiento puro, de las cosas remotas. Esta idea general no la toman del aire. Los historiadores, creen que la mayor gracia del conocimiento es ayudarnos a penetrar mejor en nuestros objetos, sin ninguna razón en el presente, sin ningún motivo político.
Pues bien. Si se tratara sólo de eso, quizás no valdría. El puro conocimiento de cosas muy antiguas, de cosas que ya no existen, no parece tener, por si mismo, demasiadas justificaciones, salvo que encontremos una manera de usarlo para algo. Pero ¿Para qué? Los teóricos postmodernos consideran que la historia, tal cual se practica desde el siglo V a.C. Piensan de que luego de hacer explícitos todas los presupuestos que se ocultan detrás del ideal de la total neutralidad, va a quedar de manifiesto el siguiente resultado: vamos a descubrir que este discurso desapasionado que finge proximidad con la ciencia, disfrazando su profunda conexión con la literatura y la filosofía, solo ha servido, al final, para reprimir a las personas y las sociedades. Promueven, por lo mismo, la afirmación de formas distintas de mediar con el pasado, que ayuden a lograr una verdadera liberación de las potencialidades del ser humano, lo que equivale, al final, a declarar como aconsejable, saludable e inminente, la muerte de la historia.
Esto pasa en general con todas las ciencias. Todas ellas surgen para dar respuesta a las grandes preguntas que alimentan la curiosidad de un ser humano un poco perdido en la vida, que quiere conocerse mejor y dominar su medio. Todas ellas aportan información, enfoques, conceptos, que permiten que la vida cotidiana de las personas mejore cada día. Aunque no entienda el trabajo un poco esotérico de los expertos, percibe que éste contribuye, de alguna manera, a que mejoren las condiciones de vida.
Esta es la norma, pero hay casos y casos. Hay ciertas ramas del conocimiento, como la historia, que tienen una posición bastante falsa dentro de la conciencia de la sociedad. Las personas tienen información acerca de ella pero no logran responder, con precisión y honestidad, a la pregunta de ¿para qué sirve? ¿Cuál es el valor social de la historia? La gente piensa que nuestra función es estudiar, en forma desapasionada, la verdad del pasado, sin ningún propósito detrás, sin buscar con ello ningún bien y ningún mal, como si los temas mismos y los resultados del trabajo investigativo, no nos importaran gran cosa. Solo el logro de un conocimiento puro, de las cosas remotas. Esta idea general no la toman del aire. Los historiadores, creen que la mayor gracia del conocimiento es ayudarnos a penetrar mejor en nuestros objetos, sin ninguna razón en el presente, sin ningún motivo político.
Pues bien. Si se tratara sólo de eso, quizás no valdría. El puro conocimiento de cosas muy antiguas, de cosas que ya no existen, no parece tener, por si mismo, demasiadas justificaciones, salvo que encontremos una manera de usarlo para algo. Pero ¿Para qué? Los teóricos postmodernos consideran que la historia, tal cual se practica desde el siglo V a.C. Piensan de que luego de hacer explícitos todas los presupuestos que se ocultan detrás del ideal de la total neutralidad, va a quedar de manifiesto el siguiente resultado: vamos a descubrir que este discurso desapasionado que finge proximidad con la ciencia, disfrazando su profunda conexión con la literatura y la filosofía, solo ha servido, al final, para reprimir a las personas y las sociedades. Promueven, por lo mismo, la afirmación de formas distintas de mediar con el pasado, que ayuden a lograr una verdadera liberación de las potencialidades del ser humano, lo que equivale, al final, a declarar como aconsejable, saludable e inminente, la muerte de la historia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario